Dos cosas demandas de mí: Esfuerzo y Valentía.
Esfuerzo no implica mucho, solo es dar el extra, sin detenerte. Hablamos de avanzar constantemente, no es necesario correr, pero sí caminar sin parar. Puedo hacer eso. Lo he hecho antes por otras razones ¿Cómo no hacerlo por ti, mi Dios?
¿Valentía? Esa me resulta más compleja. Necesito coraje, que no sé bien de dónde obtener. Los miedos invaden mi corazón y lucho por ignorarlos, enfrentarlos, esquivarlos, pero me parecen más complejos. El temor a lo desconocido se presenta frente a mí como una nube gris que nubla mi vista del camino; me hace perder el blanco, me hace perderte a ti. Sólo tus palabras, amado mio, me dan la paz que, en ocasiones, el miedo me consigue robar. Regresas la calma a mi alma turbada y es entonces cuando vuelvo a confiar.
Gracias por hablar a tu hija, que tanto anhela escucharte. Gracias por devolver el reposo cuando el esfuerzo que demandas, agota mis fuerzas. Gracias por enseñarme a vivir de tu gracia y aprender que ésta debe bastarme. Gracias por enseñarme a confiar y creer, aún cuando no entiendo lo que sucede.
Gracias por dejarme vivir tu palabra y pasearme en tu verdad.
¡Eres bueno! Te amo. Y en momentos como este, en que la duda, el cansancio, la preocupación me quieren comer viva, es justo allí donde corro a ti y te siento tan cerca, y anhelo con nostalgia verte cara a cara en aquel gran día que me has prometido. Gracias por las arras de mi herencia que me dan fuerza y fe para saber que lo que has dicho es cierto. Aun cuando el mundo me diga lo contrario, yo te creo.
¿Cómo puede ser que una verdad tan grande, que nos rodea constantemente, esté tan bien oculta de los ojos de muchos? Eres el misterio rebelado que amo incansablemente ¡Gloria! ¡Gloria para siempre al gran Yo Soy!
Gracias, amado mio.
Gracias, Jesús.
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