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Rescatada de una muerte segura

Esta es la historia de una joven, nacida en el año del 96, rodeada de amor, de bendiciones y de gente amable. No era perfecta ni su vida tampoco lo era, pero no podía quejarse pues tenía lo necesario para vivir, lo que es menester e incluso un poco más de lo necesario y no había tenido que sufrir muchas incomodidades. Aun así sentía que le faltaba algo. 

Creció. Cumplió 12 años. Edad suficiente como para comenzar a cuestionarse cosas simples de la vida: el color del cielo, los nombres de las personas, la política de su país, cosas comunes. Hasta que un día se cuestionó su propia existencia. Se miró al espejo , vio su rostro reflejado en él, sus ojos, sus labios, toda ella y no pudo entender por que estaba aquí, en este mundo. Sintió miedo y se alejó del espejo para dejar de ver el vacío que había en su propia mirada. Se preguntó por qué estaba aquí ¿Quién la puso aquí? ¿Qué debía hacer con esta, su vida? Y el tiempo siguió su rumbo después de esas reflexiones comunes que, al parecer todos tienen alguna vez en el transcurso de su existencia. 

La vida siguió y cumplió 16. Ya no era una niña, sino una curiosa jovencita explorando el mundo. La misma duda embargó su alma, pero algo nuevo encontró en esta ocasión. Una posible respuesta a sus cuestionamientos. Sus padres la habían llevado a la iglesia desde que tenía memoria y siempre había estado en los cultos, pero ese día, sintió que por primera vez escuchaba las historias que tanto le repetían y que ya se sabía de memoria. Siempre las mismas historias, pero esta vez las entendió. Era como si un pequeño velo fuera quitado de su vista, cuidadosa y sigilosamente, y como si sus oídos comenzaran a oír por primera vez. Escuchaba sobre Dios, y decía que creía en él. Pero no fue hasta entonces que realmente creyó desde el alma en la existencia del Dios vivo que tanto tiempo atrás había escuchado mencionar. 

Su vida comenzó a cobrar un mínimo de sentido. Sus preguntas ya tenían una posible respuesta,  pero aun no entendía del todo.
Fue creciendo, conociendo personas, viviendo, escuchando historias de otros hombres y mujeres, testimonios de vida. Hasta que un día pensó: Yo creo que todo esto es real, creo que Dios existe y no solo eso, que sabe quien soy, que me conoce incluso antes de que yo lo conociera. Pero ¿Qué sigue? ¿Qué hago ahora? 
Sentía miedo. Apenas comenzaba a ser consciente de que tenía un alma, un espíritu y una vida y que era responsable de ellas. Sabía que los miembros de su iglesia le habían dicho incontables ocasiones, que era necesario entregar su vida a Dios, pero ¿Por qué? A mí me gusta tener el control de mi vida ¿A caso debo soltar las riendas de esto que es tan mio y dejar que alguien más se encargue? Pero si puedo yo sola. Mírenme, soy joven, fuerte, inteligente, muy audaz, no hace falta que nadie más domine mi vida, yo puedo. 

Y siguió su vida...

Luego cumplió 18 años. Mayoría de edad. Y al llegar a este punto (e incluso desde mucho antes) comenzó a tener dificultades en su vida. Había problemas, miedos, dudas. Conocía chicos y no sabía cual era el indicado, sus familiares tenían enfermedades incurables, la economía en su familia no andaba bien, los amigos se iban, la desesperación se adueñaba de su alma, lloraba por las noches y a veces ni podía dormir. ¿Qué le quedaba? ¿En quién podía confiar? Nadie en el mundo era perfecto y ella imploraba por alguien que la apoyara sin importar nada. Así que volteó su mirada a lo que tanto le decía su madre: confía en Dios. Okay, lo intentaré, pensó. ¿Qué es lo peor que puede pasar? De todas formas, estoy en el hoyo. Nadie puede ayudar, las cosas se me escapan de las manos y no tengo control sobre nada en realidad. 

Aceptó en lo más profundo de su débil y frágil ser que ella no era nadie, que necesitaba
ayuda. Clamó en oración, con lágrimas desbordando desde el alma, esperando una respuesta. Y la encontró. Fue escuchada. Sus clamores fueron oídos y no solo eso, fueron contestados. No podía explicar cómo era posible, pero las cosas mejoraban. Los enfermos sanaban y los doctores no entendían cómo. El chico indicado llegó y los "no indicados" se marcharon, uno por uno y por su propia voluntad; la economía mejoró y no solo mejoró, sobreabundó. Había incluso más trabajo del que sus manos pudieran laborar. Una paz sublime, extraordinaria, bella y sutil llegaba plácidamente a calmar sus sollozos.

Al fin había entendido que su existencia, que la razón por la que está en este mundo es para adorar  al que le creó, confiar en Él, agradecerle y amarle. Sin embargo, el miedo de entregar su vida persistía. Sabía que nada de lo que tenía era suyo, ni su ropa, ni su casa, ni su familia, sus estudios, sus ideas, pensamientos, conocimientos, amigos, nada, ni siquiera su espíritu. Todo era prestado, pero lo sabía aceptar con tranquilidad. Sin embargo lo que la mantenía intranquila era el hecho de saber que lo único que le pertenecía realmente, de lo que sí era "dueña", su alma y corazón, debían ser entregados y por voluntad propia. 

19 años. Todo estaba bien en su vida, la escuela, su novio, su familia, todo. Sin embargo una extraña e inusual desesperación entró a su vida. Se sentía sola, vulnerable. Sabía que le faltaba una ultima misión por cumplir. Pensaba: ¿Qué pasará conmigo si muero hoy? Sé que hay otra vida que le sigue a esta, pero no sé qué haré ni dónde estaré cuando ese momento llegue. Acepto a Dios, sé que es real, que si oro, me escucha y que me quiere muchísimo, pero me falta algo. Necesito hacer algo para que Él se dé cuenta de que yo también lo quiero. 


20 años. Llegaron los famosos veinte, edad en el que la vida adulta comienza a abrirse paso. Las responsabilidades y los problemas del mundo de los adultos son tristes, complejos y aburridos. Pero ella no quiso entrar a ese mundo sin antes hacer lo que le faltaba en la vida. Nunca dejó de temer, siempre tuvo algo de miedo, pero al final lo hizo, se bautizó. Fue allí, en las aguas del bautismo, donde lo que era realmente suyo, su alma, fue entregada por amor y voluntad propia al Señor que la formó y que la vio nacer. Nació de nuevo. Sus errores cometidos con anterioridad, sus dudas, miedos, pensamientos inicuos, sus pecados, sus faltas, fueron perdonadas. El amor y la misercordia del Dios que la formó, la alcanzaron. ¡Qué dicha más grande! 

Ahora su vida no le pertenece más a ella, sino al Señor Jesús. Su vida tiene un nuevo administrador, su alma no puede ser tocada por ningún espíritu inmundo, sus problemas siempre serán resueltos de la mejor manera y su juicio final será defendido por el mejor abogado. 

Tampoco significa que ahora ella es perfecta y que no volverá a cometer errores, pero al menos esta vez tendrá la oportunidad de pedir perdón a Dios mismo y tratar de no volver a fallar. Y ahora Dios sabe que ella confía en Él más que nadie en el mundo y que lo ama, mucho.

Nadie dijo que ser cristiano sería fácil, pero sí es seguro que esta vida será vivida de la mano del creador, y contra él, nadie puede.
Así que ¡Gloria al que merece Gloria!

Esta es la historia de mi vida. La comparto por si hay alguien más, allá afuera, que se sienta como yo alguna vez me sentí, con miedo a entregar lo único que le pertenece, desesperado, cansado, triste o harto. Solo quiero decirte que no hay nadie en este mundo que pueda brindarte lo que Cristo brinda: un rescate, y un sentido pleno y profundo a tu existencia. 

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